Feminismo de barrio: lo que olvida el feminismo blanco by Mikki Kendall

Feminismo de barrio: lo que olvida el feminismo blanco by Mikki Kendall

autor:Mikki Kendall [Kendall, Mikki]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


El barrio no odia a la gente lista

Mi madre me definía con un eufemismo: un espíritu rebelde. Es una forma simpática de describir a una hija que no era como esperaba. Eso no quiere decir que fuera fuerte, ni segura, ni superconfiada; ninguno de esos estereotipos con los que se caracteriza a los cuerpos negros para justificar las expectativas prematuras de la edad adulta puestas en ellos. Era una niña cobardica que (a) odiaba pelear, de hecho, lloraba mientras peleaba porque lo odiaba; y (b) me entregaba en cuerpo y alma a la pelea. Se me daba fatal pelear. Solo era una niña que comprendía que hay veces que no hacerlo no es una opción. Se han escrito muchos estudios sobre las jóvenes de color y las peleas, una narrativa que se apoya en la idea de que son violentas porque sí. Se olvida que son las únicas a las que les importa su propia protección, aparte de a sus seres queridos.

Yo no era una niña guay. Era una empollona; me apodaban «Libros». Sí, se reían de mí por hablar con propiedad y leer tanto. Pero no se trataba del estereotipo de «las personas negras no valoran la educación» que sale a relucir a menudo. En mi colegio, el Charles S. Kozminski, había gente lista. Gente pobre, por eso no había gran diferencia de precio entre nuestra ropa. El estilo era la clave y yo no tenía ninguno. Cero. Era dos años menor que la gente de mi clase, y la idea de estilo de mi abuela era apropiada para mi edad, pero no para mi clase. Me compraba el tipo de ropa que llevan las niñas pequeñas; pura cursilería. Medias de encaje, zapatos de pulsera y faldas largas, mientras el resto de la clase llevaba petos y deportivas. Yo destacaba, pero no en plan bien. Tampoco ayudaba que hablara como si leyera del diccionario. Por suerte, tenía amistades que comprendían el peligro social de ser criadas por su abuela; me animaban a quedar, a hablar como el resto cuando los adultos no escuchaban. Aprendí a cambiar de código entre los doce y los diecisiete años. Pero siempre fui empollona.

Algunos libros feministas tienen la tendencia a contarte que el barrio te castiga por ser lista, que odia a las que triunfan. No comparto esa experiencia en absoluto. Las mismas personas que me llamaban «Libros» comparten mis artículos ahora que soy adulta y me dicen que están orgullosas, porque no hay nada malo en tomar el pelo. Yo me reía de ellas y ellas se reían de mí. Así somos a esa edad. Hay cierto excepcionalismo ligado a la gente que triunfa académicamente después de una niñez en la pobreza. Somos únicas, por tanto merecemos ser escuchadas, pero a costa de dejar atrás tu pasado y tu gente. Se supone que debes recordar esos años como si fueran una etapa miserable, y nunca expondrías a tus hijos e hijas a lo mismo… si las tienes, porque, al fin y al cabo,



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